Newsletter Nº2 – SEPTIEMBRE 2018
MI VIAJE A ATENAS, por Xavier Orts, Gerente de Orts Risk Corredoría d´Assegurances, S.L.U.
No sabría decir exactamente cuando empecé a plantearme la posibilidad de viajar a Grecia para intentar ayudar a personas que entendía lo necesitaban. Quizá todo empezó cuando vi la imagen de Aylan Kurdi, el niño siriano de 3 años que yacía en la arena después de que se hundiese el bote precario en el que viajaba y que de Turquía se dirigía a la Isla de Kos en Grecia.
A partir de aquí una desgracia que me parecía una más de las que ocurría en el mundo fue convirtiéndose en algo que me interesaba más y que me hizo ir mirando en las redes sociales información sobre el conflicto y sobretodo de la gente que ya estaba allí o que se estaban planteando viajar. Pensé que había dos maneras de afrontar lo que estaba sintiendo: mirar de ayudar en la medida de mis posibilidades o adoptar la postura cómoda de seguir viéndolo por la tele y lamentarme de la situación desde casa.
Después de Semana Santa mi intención de ir para allá se fue haciendo más fuerte aun considerando que mis limitaciones con el idioma inglés podrían ser un inconveniente.
Finalmente y después de manejar muchos posibles destinos y de hablarlo con personas voluntarias que estaban allí decidimos ir como personal independiente (sin inscribirnos en ningún sitio) a El Pireo, el puerto de Atenas.
Cogimos un autobús que circula por dentro del puerto y enseguida llegamos a los campamentos montados allí, unos arriba de la carretera y los otros abajo justo al lado del puerto.
La primera impresión al bajar fue difícil de explicar. Vimos innumerables tiendas y niños corriendo de un lado a otro rodeados de gente con semblantes tristes sin duda motivados por su situación de incerteza total sobre su futuro y el de su familia.
Tuvimos la gran suerte de que nos acogió Alex “Mc Nuggets”, un chico de Madrid extraordinario que ya hacía meses que estaba por allí y al que conocían prácticamente todos los refugiados.
Nos pusimos a su disposición para ver qué es lo que podíamos hacer. En mi caso me puso a organizar juegos para los niños y jóvenes (ajedrez, parchís y luego también dominó) así como deportes como el ping-pong y el fútbol. En el caso de mi amiga Nuria la destinaron a un pabellón para las mujeres para atenderlas en lo que precisasen. A ella se le ocurrió comprar un pintador de uñas y se le formó una cola kilométrica…
Nuestro día a día consistía en llegar al campamento después de desayunar sobre las 10 horas y estar hasta el mediodía, salir a comer y volver luego por la tarde hasta la hora de cenar, momento cumbre del día puesto que teníamos que repartir la comida para unas 2.000 personas, teniendo en cuenta que era la época del Ramadán, y eso hacía que alguno de los refugiados estuviese a veces más nervioso de lo normal para obtener la comida para él y para su familia.
En ese momento estaban juntos sirios, afganos, y en menor medida marroquíes e iraquís.
Nos dimos cuenta de que se trataba de gente culta, de clase media/alta, al contrario de lo que habíamos oído y pensado de que de alguna forma encontraríamos gente analfabeta, lo que todavía nos hizo pensar más en la grave situación emotiva en la que se encontraban la mayoría de ellos. Las historias personales vividas esos 10 días son inolvidables. Una de ellas fue con mi amigo Mohib y su familia. Un sirio que había vivido durante años en Venezuela y hablaba español, lo que hizo que me explicase su historia de principio a fin y que nos permite ir hablando muy a menudo para ir comentándome cómo les va.
Se embarcó con toda su familia buscando el refugio europeo y se encontró que si no hubiese sido por los voluntarios (en su mayoría españoles) que fue encontrando, la tristeza y el hambre le habría vencido. Con él aprendí lo que después me dijeron varios de sus compatriotas y también las personas afganas.
A diferencia de lo que se dice mucho en Europa, la gran mayoría de los refugiados no quieren vivir en nuestro continente, sólo han venido aquí con sus familias arriesgándolo todo para no morir, pero ellos insisten que su ilusión es volver a sus casas, aunque sepan que la gran mayoría están derruidas.
Quizá la que más me llegó al corazón fue la de un joven afgano llamado Abdulai, un chico de 17 años que se marchó solo de su país dejando allí a toda su familia cruzando cuatro fronteras y recorriéndose alrededor de 1.800 km. Para llegar a Atenas. Tiene aspecto europeo y sólo verlo por primera vez ya te das cuenta de que es una persona especial.
Me acuerdo perfectamente del día que le propusimos que viniese con mi amigo Quim y conmigo fuera del puerto para comprarle algo de ropa (un par de camisetas y un par de bermudas). Su cara al poder probarse varios modelos y escoger el que más le gustaba desprendía una gran felicidad, Pero ya que era casi el mediodía le propusimos irnos a comer los tres a un restaurante que habíamos descubierto el día anterior y aunque al principio se mostró reticente (al contrario de lo que se podría pensar no quería “abusar” de nosotros) aceptó.
Al preguntarle qué quería de comer nos comentó que prefería que pidiésemos nosotros y que él ya vería que comería. A mí me trajeron un enorme plato de spaghettis que él no dejaba de mirar hasta que le ofrecí probarlos. En aquel momento le pedimos también una coca-cola fría y volvimos a observar lo feliz que estaba. Su cara de agradecimiento hacia nosotros se tenía que ver, no se puede explicar con palabras.
Y en ese momento pensé: qué fácil es a veces hacer feliz a la gente que nos rodea y por desidia o pereza no lo hacemos.
Llegar por la mañana y ver venir a lo lejos a niños gritando tu nombre tirándose encima nuestro, dándonos besos, abrazos y cogiéndonos de la mano para que abriésemos el sitio donde estaban guardados los juegos, no tiene precio y no se puede comparar con demasiadas cosas.
Que los padres de algunos de estos chicos se nos disputaran para ver quién nos podía invitar a su “casa” para tomar el té o el café también fue algo muy emotivo.
Experiencias como la de un Afgano, ex entrenador olímpico de halterofilia de su país explicándonos con los ojos llorosos todos sus logros mientras nos enseñaba fotos de sus vivencias y éxitos, nos sirvió para darnos cuenta de lo fácil que puede resultar a veces ayudar a los demás, sólo escuchándoles detenidamente y sin móviles ni interrupciones.
Ver en directo la tragedia por la que pasan miles y miles de personas que son como nosotros con la única diferencia que han nacido en un país diferente ha sido una experiencia dura pero a la vez ilustrativa de cuan complicada puede ser la vida y en cambio lo poco que la valoramos cuando lo tenemos todo para vivir bien y ser felices. Algo tan sencillo y a la vez tan complicado.
Xavier Orts.
ortsrisk20182019-03-01T13:19:59+00:00
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